El muerto volvía a vivir. Reencarnaba las etapas de su vida, una y otra vez, en un instante de eternidad. Aparecía casi instantáneamente en una habitación de paredes difusas, que le resultaba ajena a la vista pero en algún lugar de su inconsciente sabía que conocía perfectamente. La luz era fría y lo rodeaban azulejos espejados, y en su reflejo pudo advertir que se encontraba en una bañera que desbordaba agua turbia y pensamientos. Se detuvo a contemplar una mariposa aparentemente acuática, con alas percudidas y torso grisáceo. Nadaba o emitía una extraña danza, y dejaba detrás de sí largas hilarachas y tirabuzones color carmesí, que se esfumaban ante sus ojos, ojos abiertos, dilatados y borrosos de sueño, con los que percibe una vez más la realidad subjetiva y se levanta para continuar su vida.
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