31.07.25
Mis muelas están en Argentina. Los huesos raíz que se aferraban a mis encías ahora yacen en un pequeño alhajero de cerámica adentro de una caja en Rosario, si es que no quedaron embaladas bajo polvo y telarañas en el garage de mi Nonna en Firmat.
Yo en Berlín, Alemania. Me pregunto si durante su crecimiento se habrán entramado tanto, en dirección perpendicular a mis otros molares, porque sabían que en algún momento nos iban a separar docemil kilómetros. Arraigándose a mí fuerte, como el último abrazo antes de partir, como si enraizándose más pudiera doler menos el destierro. Si ensueño puedo ver al dentista y su practicante, cincelando mi boca como mármol y martillo, cosiendo una y otra vez, al son de “se desgarró la encía, tenés que coser de nuevo”, su cara de sorpresa cuando le pedí quedarme con los huesos de juicio.
Crecieron adentro mío y hoy por mí esperan. De la caja húmeda que es mi boca y su casa, a una caja en la casa que es -mi- caja húmeda, que está lejos, como la caja húmeda que es casa de las muelas y que soy yo, que estoy lejos, de la casa, de lo húmedo, de las cajas y de las muelas.
Ellas y yo en diálogo desde la cicatriz,
observando el vacío invertido que deja la falta de lo que contiene.
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