15 nov 2013

Andrómeda

En la cima de un colchón ella, distinguida, ve más allá. Se muestra llena de soberbia y vacía de todo lo demás. Sus ojos miel vuelan perdidos entre partículas brillantes y paredes blancas, que reflejan el indescifrable mundo que habita. Por eso se distingue, por eso la soberbia. Ella sabe, y también sabe que los demás no, y esconde su mísera inseguridad en la incomprensión ajena, y aprecia el desprecio, y medita la soledad. Se esconde detrás de su coraza, su pelaje, los tres tintes que se desparraman de forma heterogénea a lo largo de su escuálido y tibio cuerpo. Muere de día y cuando cae la noche, en un efímero destello de lucidez, entiende que ya no es lo que fue hace unas horas. Se abre y escapa de su armadura para sentirse amada, aceptada, comprendida otra vez. Con caricias olvida su conocimiento, se deja ser, y desarmada ronronea un pedido de súplica y compasión, un reencuentro consigo misma. Cuando sale la luna ella se acepta como tal, escapa de su imagen ficticia y olvida las apariencias que creó para no resultar herida. Se aprecia un poco más, reconoce de forma anónima y cuando cesa el sueño vuelve a caer, a formar la coraza, a cerrar el caparazón, a morir otra vez.

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