3 jul 2015

­­La inconsciencia probablemente sea mucho más cómoda y placentera que el nudo estomacal existencialista.

— "El prójimo guarda un secreto: el secreto de lo que soy."

Se corta la luz. No encuentro el encendedor. Me quemo el dedo con cera de vela.

— Qué efímero el ser y qué eternos los artificios. 

Por qué no también quemar mi lapicera preferida.

— La aureola negra baila al ritmo del silencio. Qué calma la oscuridad.

Empieza a sonar la alarma de un auto.
Todavía aturdida por el corte de luz y por no haber encontrado con rapidez el encendedor. Final de hoja, el dedo todavía duele.

— El pensamiento es atemporal, si se quiere. El tiempo no existe pero la existencia es finita. Exhalamos dióxido de carbono. Cada segundo que pasa se le resta vida a la suma de conciencia.

La alarma recién paró de sonar. Tomé agua, todavía me duele al tragar. El ibuprofeno no hizo nada, otro envenenamiento en vano.

— Las velas se consumen más rápido de lo que se espera. Se tornan garras deformes, puntiagudas, antiestéticas.

Escribí otra frase en el cuaderno. Empezó a sonar la alarma del auto, de vuelta. Quieren volverme loca.

— Lo bueno de su inerte vida es que el fuego va a ser apagado antes de estar completamente consumida.



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